Detrás de una pared humana de curiosos, a lo lejos una persona vuela por los aires. Nos acercamos corriendo y no se puede ver mucho por que todos los sitios están llenos. Subimos a la caja de un trailer que también está copada de espectadores y desde allí, entre el mar de sombreros de la concurrencia vemos algunos hermosos toros negros, toros de lidia que avanzan desconcertados en una de las calles resbalosas por la lluvia que justo en este momento ha dado un breve descanso.
Los valientes, algunos de ellos envalentonados por tanto “verde” o “morita” que han bebido, saltan la valla y enfrentan a los formidables animales.
De pronto, uno embiste; se hace un silencio general por la respiración contenida de cientos de personas. En cuestión de instantes el silencio se rompe por una exclamación general. El tamaño y la fuerza de los toros solo se pueden comprender cuando con un movimiento leve de su robusto cuello manda a un ser humano varios metros sobre el suelo.El día es 22 de julio y estamos en una de las fiestas más importantes del estado de Veracruz, la famosa Xiqueñada.
La celebración comenzó desde algunos días antes y ha sido cuidadosamente preparada desde hace un año.
Todo gira en torno a la celebración de Santa María Magdalena, María cuyo segundo nombre proviene del sitio dónde nació: Magdala, un pequeño enclave en el mar de Galilea. Santa María Magdalena quién estuvo cerca de Jesucristo al momento de su muerte y fue la primera en verlo resucitado.
Ella, uno de los personajes más controvertidos en la historia de la religión ya que a causa de un sermón del Papa Gregorio el grande en el año 591 se dio la imagen de haber sido adúltera. Ella, representada con lágrimas rodando por sus mejillas, hermosa y diáfana es la patrona de Xico.
Se respira fiesta en el aire, el cielo está nublado y las nubes bajas dan una sensación de intimidad. Xico es la apócope de Xicochimalco el nombre original y que significa “escudo de abeja”. Es un hermoso enclave situado entre las montañas veracruzanas, muy cerca de la capital, Xalapa. Rodeado de lujuriosa vegetación y paraísos secretos con bellas caídas de agua, este sitio tiene una historia milenaria ya que fue fundado en el siglo IX antes de Cristo. Pero no se trata del lugar original ya que durante el virreinato, en 1601 se mueve la población a un lugar cercano y donde estaba antes el pueblo se le conoce como “Xico viejo”.
La nueva localidad recibe el nombre de Santa María Magdalena de Xicochimalco. Sin embargo, hace más de 100 años, para ser precisos el 29 de noviembre de 1892, las autoridades porfirianas, la elevan al rango de Villa y recortan el nombre solo a Xico.
Al parecer que el pueblo no lleve ya oficialmente su nombre no le importa mucho a la Santa pues ella pasea serena, majestuosa, con rostro inmutable sobre los hombros de los fieles quienes hacen caso omiso al cansancio, alentados por su fe. Suben lentamente las escaleras rodeados de cientos de personas que asombrados observan a la imagen, tocan su vestido, toman fotos con cámaras y celulares, lloran y rezan. La música llena el ambiente y los cohetes cimbran el entorno. Al final de la escalera espera el nicho máximo, la entrada de su catedral. Sobrio edificio del siglo XVI con acabados barrocos y neoclásicos de los siglos XVII y XIX y que ahora está de gala adornado por un imponente arco de 18 metros de alto, 5 de ancho y cerca de 2,000 kilos de peso, realizado con bejuco de uva, cocuyo y flor de sotol y cada año se hace un diseño nuevo.
El rostro impávido de la Santa mira hacia a su pueblo entre humo de copal y el maravilloso cortinaje dentro de la iglesia. Las procesiones van llegando por la calle principal. Contingentes de danzantes y gente disfrazada se presentan ante ella.
A lo lejos se escuchan ruidos extraños y se ve algo así como un tren de numerosos vagones en medio de la multitud. La imagen es desconcertante para quien no sabe de qué se trata y sin embargo una sonrisa se dibuja en los rostros de muchas personas. Lo que se acerca son una multitud de contingentes que bailan y se contonean alrededor de decenas de grandes y pesados toritos. Nombres como “El jefe de jefes”, “Bullanguero”, “El Apenitas”, “Cabezón”, “Chueco” o el “Verdulero” desfilan frente a la imagen.
Cada corrillo consiste en un “pastor” armado con un cayado de madera en forma de serpiente o de lo que la imaginación mande, un ruidoso grupo de gente vestida con cencerros y lo más importante, una estructura de madera que más que torito parece puerco espín ya que poseen una fuerte artillería de cohetes apuntando al cielo.
Los toritos vienen todos adornados y cuentan con un par de rótulos, el del nombre del torito y el de la congregación o barrio que colaboraron para su fabricación. Uno por uno, van tomando su turno para desfilar frente a la sagrada imagen. El rostro de cada esforzado cargador sufre una metamorfosis que va de una mueca de cansancio a una sonrisa franca de éxtasis. Cobran fuerza, avanzan con decisión en medio del estridente sonido de los cencerros y comienzan a girar sobre su propio eje como alegres trompos.
Dentro de la iglesia se encuentra la primera imagen de Santa María Magdalena que según la leyenda “llegó” hace más de 400 años. Dice la tradición oral que un día aparecieron cuatro mulitas cargadas en una de las esquinas del parque. Nadie sabía de dónde llegaron y jamás se supo del dueño.
Las pobres mulas estuvieron desde la mañana hasta el anochecer. Algunas personas compadecidas por los animalillos sin amo se acercaban para darles de comer y beber. Al día siguiente el párroco ordenó que fueran llevadas a los patios de la Catedral para darles descanso.
Al desatar los bultos se encontró la imagen dentro de uno de ellos. El hallazgo fue tomado como una señal de que la Santa llegó a Xico para quedarse.
La imagen actual de Santa María Magdalena es más reciente. Desde su aparición se le cambiaba el vestido de vez en cuando y poco a poco se fue creando una particular costumbre del pueblo de Xico, la de regalarle vestidos.
El más antiguo data de 1890, vienen en todas las tonalidades y texturas. Mucha gente le tiene tanto aprecio y devoción que en algunas ocasiones deben esperar más de dos años para poder hacerle el regalo ya que hay que ponerse en una lista de espera. Cada año le regalan 32 vestidos, el día 13 y el 19 recibe dos y el 22 no recibe ninguno, de ahí en adelante cambia cada 15 días.
Existen algunos especialmente queridos como son el que le regaló Alberto Ortega en 1936 y el que obsequió Alberto Balderas en 1952, ambos famosos toreros y como debemos recordar la tradición taurina de Xico es fuerte. De hecho la plaza de toros lleva el nombre de éste último.
A lo largo de los años se ha formado una gran colección de centenares de vestidos por lo que en la parte posterior de la catedral, en el “Patio de las palomas” se puede admirar uno de los museos más sui generis de México, el Museo de los vestidos. Allí se puede observar también algunas pelucas elaboradas con cabello natural, obviamente también regalo para la Santa.
El saldo en esta ocasión fue blanco, sin embargo en otros años es común que mueran algunas de las personas que se meten con los toros en los tres sectores o encierros en que se divide la calle Miguel Hidalgo.
Avanzada la tarde y después de la corrida, la calle se abre llenándose de gente que contrata músicos y en pequeños grupos llenan de notas tradicionales el ambiente festivo.
Llegamos al restaurante “Las Fincas” frente a la plaza principal en dónde amablemente nos recibe Doña Martha Hernández y con una sonrisa nos cuenta la historia de su abuelo “el Garrafa” quien inició la historia de los licores tradicionales de esta región.Enérgica pero cordial, organiza a la gente, concurrencia y trabajadores para que todo mundo lleve su botella de verde o de morita así como una gama extensa de ricos licores.
La gente de Xico es de fuertes convicciones, lazos familiares, pero sobre todo es bullanguera. Hace unos cuantos años establecieron el récord de la enchilada de mole más grande del mundo para lo que emplearon más de 30,000 enchiladas. Cabe decir que el mole es otra de las fortalezas de Xico, con un sabor único, el paladar también está de fiesta aquí.
La noche se ilumina con los juegos de la feria, los coloridos puestos y la sonrisa de la gente, pero sobre todo por la serie de toritos que están quemando en el atrio de la catedral.
En medio de una nube de humo, el torito gira entre chispazos y fuertes estallidos. Una ronda de alegres convidados se toma de las manos y baila a pesar del olor a chamuscado de algunas de sus prendas.
El universo está aquí, las estrellas miran desde lo alto y las montañas, desde su palco, es la fiesta de los hombres, de la magia, del sabor, de la muerte pero sobre todo de la vida. Mañana, mañana será otro día.
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